San Agustín
El
Autor.
San Agustín, nacido en el año 354 d.C. en los confines
del Imperio Romano, en Tagaste, Argelia, vivía en Hipona. Cuando los Godos saquearon Roma en el 410. Teólogo
latino. Hijo de un pagano, Patricio, y de una cristiana, Mónica, San Agustín
inició su formación en su ciudad natal y estudió retórica.
La lectura de
las Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta no
fundada en la razón. Su preocupación por el problema del mal, fue determinante
en su adhesión al maniqueísmo. Dedicado a la difusión de esa doctrina, en
Cartago (374-383), Roma (383) y Milán (384).
La lectura de los neoplatónicos, probablemente de
Plotino, debilitó las convicciones maniqueístas de San Agustín y modificó su
concepción de la esencia divina y de la naturaleza del mal, de manera que el
mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser,
en ningún caso como sustancia.
En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue
ordenado sacerdote en Hipona. Tras la muerte del obispo Valerio, hacia finales
del 395, San Agustín fue nombrado obispo de Hipona. Desde esta tribuna escribió
sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y
ejerció a la vez de pastor, orador y
juez.
Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410),
se acusó al cristianismo de ser responsable de las desgracias del imperio, lo
que suscitó una encendida respuesta de San Agustín, recogida en La Ciudad de
Dios, que contiene una verdadera filosofía de la historia cristiana.
El tema central del pensamiento de San Agustín es la
relación del alma, perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con
Dios, relación en la que el mundo exterior no cumple otra función que la de
mediador entre ambas partes. De ahí su carácter esencialmente espiritualista,
frente a la tendencia cosmológica de la filosofía griega. La obra de Agustín se plantea como un largo y ardiente diálogo
entre la criatura y su Creador, entre el bien y el mal, esquema que desarrollan
explícitamente sus Confesiones.
Debe tenerse en cuenta que Agustín llevo en su juventud una vida
disoluta ocasionada por su ingobernable
miembro masculino, le preocupaban mucho sus involuntarias erecciones. Agustín
las interpretaba como una reprobación divina, como un castigo por el pecado
original. Agustín hace referencia a su ingobernable miembro una y otra vez; este hecho se convirtió
en una de las claves tematices de su teología,
el pecado, la desobediencia, la falta de voluntad.
La
Frase:
“Ya al alma, que se había deleitado ny usado mal de su
propia libertad y se había desdeñado de conocer a Dios, la había dejado la
obediencia que le solía guardar EL CUERPO… no le tenía a su albedrio, ni del
todo sujeta la carne como siempre la pudo tener si perseverara ella guardando
la obediencia y subordinación a su Dios. Entonces, pues, la carne comenzó a
pecar contra el espíritu”
La Ciudad de Dios.
La
Ciudad de Dios / Las confesiones
Es una obra extraordinaria, un mayúsculo esfuerzo por dejarlo todo atado y
bien atado, por organizar y estructurar bien la vida. La Ciudad de Dios es una
obra que llena todos los espacios intelectual y conceptualmente, material, y espiritual,
en idéntica forma y manera que dios lo llena todo. En él se resume la cultura clásica,
se combate el paganismo, se elogia a Platón, se interpreta el Antiguo y el
Nuevo Testamento, se habla de la creación, del tiempo, del estado y de las
criaturas de Dios y su felicidad. Dios, pensaba Agustín, tenía un proyecto para
el hombre, para su historia. Pero también para lo irracional, para lo
discordante, para lo inexplicable.
La Ciudad de Dios influye de manera decisiva en la
cultura de occidente, introduce la cultura Greco-Romana en la historia
Cristiana. La influencia de Platón sobre Agustín es una de las líneas principales
de4l pensamiento de occidente. Agustín adopto el idealismo Platónico, la jerarquía
según la cual las formas, las ideas, constituyen la perfección, y las cosas
mundanas, La realidad palpable, meras copias inferiores, reflejos de las
anteriores. La perfección, según Agustín, paso a ser la idea visible de la
bondad pura, la verdadera realidad que existe independientemente de nosotros.
El espíritu y la materia de Platón pasan a ser en Agustín el Espíritu y la
carne; lo superior y lo inferior se transforman en lo inmutable. Para Agustín la existencia no es el resultado de la participación
del bien como lo plantea Platón, sino de la participación en Dios. El cuerpo también
participa de manera desobediente y obstinada.
Las
Confesiones
En las Confesiones, Agustín relata las diferentes etapas de su desastrosa
juventud: los pecados cometidos durante su adolescencia (sus erecciones
voluntarias e involuntarias); sus creencias en el maniqueísmo (la coexistencia
entre los principios antagónicos del
bien y el mal) y por último, su tardía entrega a Dios a la edad de treinta y tres años.
Agustín, según su propio testimonio, se la pasaba muy
bien, pero el placer no dejaba de estar enturbiado por la culpa. Agustín era un
hombre de carne y hueso, un amante de las mujeres, no un santo varón. Quizás
sea esta percepción lo que nos permite identificarnos con Agustín, su
autenticidad como ser humano, la lucha consigo mismo, sus anhelos, sus
triunfos y recaídas y la voluntad
siempre pendiente de un débil hilo.
Agustín comprende la naturaleza de la vida, está
familiarizado, porque lo ha vivido, con el egoísmo, con los vicios que forman
la base de la personalidad humana, con
el deseo de desobediencia, la libertad, que es tan fuerte, que jamás podremos
dominar. San Agustín, en sus Confesiones, es la vida misma.
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