STENDHAL.( HENRY-MARIE BEYLE)
Nació en Grenoble, Francia, en
1783, y murió en Paris en 1842. Stendhal vivió en Italia hasta 1821, luego se estableció en Paris, donde en
1830 publico “Rojo y Negro” y, posteriormente “LA Cartuja de Parma”.
Stendhal junto con Flaubert y
Balzac forman la trinidad fulgurante de la novela Francesa hasta la aparición de Marcel Proust. De todos ellos
fue Stendhal el mayor representante del Romanticismo Francés.
Novelista
de corte romántico y realista, uno de los más importantes del siglo XIX,
destacado por la hondura psicológica en el retrato de personajes, consiguió el
punto más álgido de su creación literaria con la publicación de "Rojo y
Negro”. De él afirma Harold Bloom: “ Por qué leer, pues,
a Stendhal? Porque ningún otro novelista, que yo admire, consigue de modo tan
logrado que uno se confabule con él. Con Stendhal, el lector devoto termina por
ser cómplice”.
En 1839 publicó La cartuja de
Parma, mucho más novelesca que Rojo y negro, que escribió en tan
sólo dos meses y que por su espontaneidad constituye una confesión poética
extraordinariamente sincera, aunque sólo recibió el elogio de Balzac. En su elogio de la “Cartuja de Parma”, Balzac dijo que, “ muchas de sus paginas contienen todo un libro” En estas novelas aparece un nuevo tipo de héroe, típicamente
moderno, caracterizado por su aislamiento de la sociedad y su enfrentamiento
con sus convenciones e ideales, en el que muy posiblemente se refleja en parte
su propia personalidad. Stendhal Falleció de un ataque de apoplejía, sin
concluir su última obra, “Lamiel”, que fue publicada mucho después.
LA FRASE:
Desde hacía unos
cincuenta años, mientras en Francia se oían los estampidos de Voltaire y la
Enciclopedia, los frailes gritaban al buen pueblo milanés que
aprender la lectura o
cualquier otra cosa era trabajo inútil, y que, en pagando muy exactamente el
diezmo al cura y contándole todos los pecados, era punto menos que seguro
obtener un buen sitio en el paraíso. Y para acabar de arrancarle los nervios a
este pueblo, tan terrible antaño, Austria le había
vendido barato el
privilegio de no dar reclutas a su ejército. En 1796, el ejército milanés
constaba de veinticuatro faquines vestidos de rojo, que guardaban la ciudad en
colaboración con cuatro magníficos regimientos húngaros. La licencia de las
costumbres era extremada, pero muy raras las
pasiones. Además de la
molestia de tenerlo que contar todo a los curas, ocurría a los milaneses de
1796 que no sabían desear con fuerza ninguna cosa. El buen pueblo de Milán estaba,
además, sometido a ciertas pequeñas trabas monárquicas que no dejaban de ser
vejatorias. Por ejemplo, ocurriósele
al archiduque que
residía en Milán y gobernaba en nombre de su primo el emperador, la lucrativa
idea de comerciar en trigos. En consecuencia, queda prohibido a los labradores
vender sus granos hasta que su Alteza no haya llenado sus depósitos.
La Obra:
Con esta frase si inicia la novela
“La cartuja de Parma”
“EL 15 de mayo de
1796, el general Bonaparte hizo su entrada en Milán, al frente de ese joven
ejército que acababa de pasar el puente de Lodi y de mostrar al mundo que,
después de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor”.
En esta obra se relata la muerte del imperio Napoleónico y la vuelta a
una Italia anterior, al siglo XVIII. Stendhal idealizo a Napoleón. Por ello Fabricio, es hijo de ese idealismo, joven animoso y ávido de gloria y experto en meterse en
lios, amado por su tia Gina, hermana de su padrastro. Ella es amada a su vez por
el maquiavélico conde Mosca. Pero Fabricio esta enamorado de la hija de
su carcelero, Clelia. Todos ven frustradas sus
esperanzas, menos nosotros los
lectores que nos deleitamos en los dos triángulos
amorosos: Mosca- Gina- Fabricio,
Fabricio- Clelia- Gina.
La Cartuja de Parma
ADVERTENCIA.
Esta novela fue escrita en el invierno de 1850, a trescientas leguas
de París. Muchos años antes, cuando nuestros ejércitos recorrían Europa,
correspondióme por casualidad ser alojado en la casa de un canónigo de Padua,
feliz ciudad donde, como en Venecia, es el placer el negocio más importante de
todos y no deja tiempo a nadie para indignarse contra
el vecino. Mi estancia allí se prolongó, y el canónigo y yo nos
hicimos amigos.
Hacia; el final de 1830 volví a pasar por Padua y corrí a la casa del
buen canónigo. Había muerto; yo lo sabía, pero quería volver a ver la sala en
donde habíamos pasado tantas amables veladas, que luego con frecuencia eché de
menos.
Encontré al sobrino del canónigo y a la esposa del tal sobrino, quienes
me recibieron como a un antiguo amigo. Llegaron algunas personas y nos
separamos muy tarde; el sobrino mandó traer del café Pedroti un ponche
excelente. Pero lo que prolongó la velada fue, sobre todo, la historia de la du
quesa Sanseverina, a la que alguien aludió, y que el sobrino tuvo la
bondad de relatar por entero, en honor mío.
- En el país adónde voy -dije a mis amigos, no encontraré de seguro
una ,casa como ésta. Dedicaré, pues, las largas horas de la noche a escribir
una novela de la vida de vuestra amable duquesa Sanseverina. Haré como vuestro
viejo cuentista Bandello, obispo de Agén, quien hubiera creído que cometía un
gran crimen si despreciaba las circunstancias reales de su historia o le añadía
otras nuevas.
- En tal caso -dijo el sobrino- voy a prestaros los anales de mi tío.
En el artículo Parma hace mención de algunas intrigas de esa corte, en los
tiempos en que la duquesa mandaba allí como reina y señora. Pero ¡tened
cuidado! Esa historia tiene muy poco de moral, y ahora que en Francia os preciáis
de pureza evangélica, puede muy bien proporcionaros fama de asesino.
Publico esta novela sin cambiar una tilde al manuscrito de 1830, lo
cual puede tener dos inconvenientes. El primero para el lector. Siendo los
personajes italianos, acaso le interesarán menos, porque los corazones de ese país
difieren bastante de los corazones franceses; los italianos son sinceros,
buenas gentes y, sin hacer aspavientos, dicen lo que piensan. No son vanidosos
más que por momentos, y la vanidad cuando les ataca se torna en pasión y toma
el nombre de puntiglio. Por último, no creen que la pobreza sea ridícula.
El segundo inconveniente se refiere al autor. Confieso que he tenido
la osadía de dejar a los personajes sus asperezas de carácter. Pero, en cambio,
declaro bien alto que a muchas de sus acciones aplico la más moral de las
censuras.
¿A qué darles la elevada
moralidad y los encantos de los caracteres franceses, los cuales aman el dinero
por encima de todo y apenas si pecan por odio o por amor? Los italianos de esta
novela son muy diferentes. Además, creo que cada vez que subimos doscientas
leguas hacia el norte, hay lugar para un nuevo paisaje como para una nueva
novela. La amable sobrina del canónigo había conocido y hasta amado mucho a la duquesa
Sanseverina. Me ruega que no cambie nada a sus aventuras, que, desde luego, son
censurables.
STENDHAL.
23
de enero de 1839.
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