"UN HOGAR SIN LIBROS ES COMO UN CUERPO SIN ALMA"
"VEO QUE ME HA SUCEDIDO LO MISMO QUE OCURRE A LOS MANUSCRITOS PEGADOS EN SUS ROLLOS TRAS LARGO TIEMPO DE OLVIDO:HAY QUE DESENROLLAR LA MEMORIA Y DE VEZ EN CUANDO SACUDIR TODO LO QUE ALLÍ SE HALLA ALMACENADO"
SENECA-

lunes, 26 de septiembre de 2011

TITO LUCRECIO CARO



Roma? h. 94 a.C.-?, 53 a.C.) Poeta latino. Aunque se tienen pocos datos de su vida, se sabe que pertenecía a una familia aristocrática y que murió en torno a los cuarenta años, al parecer por un suicidio. Fue autor de uno de los poemas didácticos más valorados de la tradición latina, titulado Sobre la naturaleza. La obra recoge y vulgariza en gran medida la doctrina materialista de Epicuro, según la cual el mundo está constituido por átomos, elementos indivisibles que, por ser extremadamente tenues, escapan a nuestros sentidos y cuyo número es infinito. El hombre es mortal, y su felicidad depende de aceptar este hecho y perder el miedo a los dioses. Aunque el estoicismo tuvo mayor repercusión en Roma que el epicureísmo, sus contemporáneos conocían bien su obra, que fue rescatada durante el Renacimiento.

Tito Lucrecio Caro es un elocuente defensor del ateísmo y del materialismo.

“Elogio de Epicuro

Los hombres se arrastraban torpemente

por tierra, derrotados bajo el peso

terrible de la Fe, que desplegaba

su rostro amenazante entre las nubes,

buscando horrorizar a los mortales,

cuando un hombre de Grecia fue el primero

que osó desafiarla y que sostuvo

con sus ojos mortales su mirada.

Ni la fama divina, ni los rayos,

ni el cielo con bramido amenazante

pudieron detenerlo, sino que

más fuerte espolearon su deseo

de hacer saltar los goznes de las puertas

del Mundo Natural por vez primera.

Su espíritu venció, vívida fuerza

que, yendo más allá de las murallas

de fuego de este mundo, recorrió

el Todo inmensurable, en mente y alma.

Y desde allí nos muestra, victorioso,

qué nace, qué no nace, en fin, las leyes

que dan poder y límite a las cosas.

De modo que la Fe yace rendida

y el hombre, vencedor, asciende al cielo”.


Epicureista, fue mal interpretado por los pensadores cristianos, mahometanos y judíos. San Jerónimo calumnio de tal manera a Lucrecio que lo hizo desaparecer por más de mil años: Hasta el siglo XV no se volvió a tener noticias de la obra de Lucrecio. A pesar de todo Lucrecio ha influido notablemente la cultura occidental desde Virgilio hasta nuestros días. En “De la naturaleza de las cosas” hay una poesía de la fe de la cual Epicuro es el fundador y Lucrecio su más ferviente creyente.



El cristianismo y el sexo

“La actitud de la religión cristiana ante el sexo es tan morbosa y antinatural que sólo puede comprenderse si la relacionamos con la enfermedad que atacó el mundo civilizado cuando decayó el Imperio Romano.

A veces se oye comentar que el cristianismo ha mejorado la condición de las mujeres; está es una de las tergiversaciones de la historia más groseras que puedan hacerse. En una sociedad que considera de la máxima importancia que las mujeres sigan a rajatabla un código moral muy estricto, es muy difícil que puedan disfrutar de una posición tolerable.

Los sacerdotes han considerado siempre a la mujer como la tentadora, la inspiradora de deseos impuros. La enseñanza tradicional de la Iglesia ha sido y sigue siendo que la castidad es lo mejor, aunque para quienes esto les resulte imposible dejan la posibilidad del matrimonio, porque “más vale casarse que abrasarse”, como brutalmente afirma San Pablo. Haciendo indisoluble el matrimonio e imposibilitando todo conocimiento del Ars Amandi, la Iglesia logró que la única forma de sexualidad permitida fuera dolorosa, en vez de placentera”

Bertrand Russel..



Ralph Waldo Emerson afirma en uno de sus aforismos que:

“Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de su voluntad, su fe es una enfermedad del intelecto”


La Frase:


Tito Lucrecio Caro. De Rerum Natura : (De la Naturaleza de las Cosas)

(Del Libro IV)

(…) Ésa es Venus para nosotros: de allí viene el nombre del amor; de allí destiló en nuestro corazón la gota primera de dulzura venérea y se siguió el inútil cuidado. Porque, aunque no esté presente el objeto amado, allí está su imagen constante y su dulce nombre que asedia nuestros oídos.

Por eso, más vale huir del recuerdo y ahuyentar el pábulo del amor, o bien dirigir el alma a otro objeto y echar el líquido reunido sobre otros cuerpos, y no quemarse en silencio, presa de un sólo amor, y reservarse el cuidado y el dolor cierto. Porque la llaga se vuelve a abrir y se hace crónica con darle pábulo, y cada día la pasión crece y el mal se agrava si no borras las primeras heridas con nuevas llagas, y curas al azar estas últimas con Venus vagabunda, o bien puedes confiar a otro los impulsos de tu alma.

Y no creas que el que evita el amor se priva de los frutos de Venus. Es al contrario: toma los privilegios sin cargar con la pena. No hay duda de que es más puro el placer para el que está en sus cabales, que para el que anda turbado. El ardor de los amantes, en el momento mismo de poseer, fluctúa indeciso entre dos derroteros, y es muy dudoso lo que disfrutas en los comienzos con los ojos y manos. Aprietan estrechamente lo que desearon hasta causarle dolor, hincan muchas veces los dientes en los tiernos labios y amargan los besos; porque el placer no es puro y hay aguijones secretos que los instigan a herir eso mismo, no importa qué, de dónde surgen los gérmenes de ese frenesí. Y si Venus, con el amor, quebranta por un momento las penas, y la voluptuosidad mezclada con las caricias refrena los mordiscos, aún en eso se esconde la esperanza de que puede ser apagado el fuego por aquel mismo cuerpo que es el origen de la pasión. Mas la naturaleza se encarga de burlar la esperanza. Éste es el único objeto cuya mayor posesión sólo hace más vivo en el corazón el fuego del deseo. En contraste con la comida y el agua, que el cuerpo absorbe y que, en virtud del espacio que pueden llenar, aplacan el ansia de comer y beber fácilmente, el rostro o placentero color de un ser humano nada ofrecen al cuerpo, sino imágenes impalpables: miserable ilusión que pronto arrebata el viento. Porque, así como en sueños el sediento quiere beber y no hay agua real que pueda extinguir el fuego que arde en los miembros y persigue ansioso los fantasmas del agua, mas lucha en vano, y muere de sed bebiendo a mitad de un río caudaloso: así Venus, en el amor, burla a los amantes con simulacros y ellos no pueden saciarse con la presencia del ser amado, ni sus manos arrancar nada del cuerpo delicado que ellos recorren completamente con sus caricias inciertas. En fin, cuando con los miembros entrelazados disfrutan del placer de la vida, cuando ya el cuerpo presagia los deleites y Venus se aproxima a fecundar el huerto femenino, estrechan ávidos el cuerpo, juntan las salivas, y quedan sin aliento apretando los dientes: todo en vano, porque no pueden arrancar de allí nada, ni pueden tampoco penetrar y fundir un cuerpo con otro. Tal parecen querer y tratar de hacer por momentos, cuando con tanta avidez se encajan en las partes de Venus, hasta que los miembros se enervan debilitados por el espasmo de la voluptuosidad.

Finalmente, cuando ta se ha aplacado el deseo que hacía presa en los nervios, la violencia del ardor se relaja por un momento; mas luego vuelve igual ansiedad y se repite el mismo furor de cuando trataban de conquistar el objeto de sus deseos. Son incapaces de encontrar un ardid que venza su mal; hasta ese punto los infelices están roídos por la secreta herida.

Añade el que se consumen y sucumben bajo la pena. Añade que su vida discurre bajo el capricho de otro. La fortuna entretanto se amengua y convierte en púrpuras babilonias, los compromisos se olvidan, y la fama, ya de por sí vacilante, se viene a tierra. ¡Ah! pero los ungüentos y las bellas sandalias siconias lucen en sus pies, y en sus manos despiden verdes reflejos las esmeraldas enormes engastadas en oro, las sábanas del lecho se arrugan sin cesar y beben adiestradas los sudores de Venus.

Lo que adquirieron honradamente los padres se transforma en diademas, mitras, y, algunas veces, en mantos y manteles de Alindes o Chios. Banquetes donde rivalizan las telas con los manjares, espectáculos, copas frecuentes, perfumes, coronas, guirnaldas, todo se apresta; mas todo en vano, pues de la fuente misma de los placeres surge algo amargo que lo angustia en los goces mismos; ya es un momento de lucidez en que el espíritu mismo se reprocha el hacer una vida ociosa y malgastada en orgías, ya es una palabra equívoca que la amante suelta y enciende como una llama el deseo fijo en su corazón, ya es que piensa que ella levanta mucho los ojos, o mira a otro en cuyo rostro él sorprende la traza de una sonrisa.

Y si en el amor estable, feliz y correspondido, se encuentran estas calamidades, es para que puedas, aun con los ojos cerrados, adivinar las innumerables que hay en el amor desgraciado y sin esperanza. Es preferible, pues, como te dije antes, que estés sobre aviso y seas cauto en no dejarte prender. Porque guardarse de no caer en los lazos del amor no es tan difícil, como, ya caído en las redes, librarse de ellas y quebrantar los fuertes nudos de Venus. Y, a pesar de estar ya en las redes y preso, aún es posible soslayar el peligro si eres sincero contigo mismo y abres los ojos desde el principio y ves todos los defectos de cuerpo y alma de la que pretendes y quieres. Porque esto es lo que hacen casi todos los hombres ciegos por la pasión: que atribuyen al ser amado virtudes que en realidad no existen. Por eso se ve con frecuencia a mujeres mal encaradas y torpes rodeadas de mimo y tenidas en grande honor.

Y no es raro que los amantes se rían unos de otros y mutuamente recomienden aplacar a Venus por el vergonzoso amor con que se atormentan, sin darse cuenta los pobres de que sus males tal vez son mayores. (…)

(Versión de René Acuña)

La obra:



DE LA NATURALEZA DE LAS COSAS.

Lucrecio (siglo I antes de Jesucristo), dio a conocer su gran poema didáctico en seis volúmenes, De Rerum Natura (De la naturaleza de las cosas), presentó las teorías de los filósofos griegos Demócrito y Epicuro, y constituyó la fuente principal de la que hoy disponemos para conocer el pensamiento de Epicuro.

Su representación del universo como un conjunto fortuito de átomos que se movían en el vacío, su insistencia en el hecho de que el alma no es una entidad distinta e inmaterial, sino una aleatoria combinación de átomos que no sobrevive al cuerpo, y su defensa de que los fenómenos terrestres responden exclusivamente a causas naturales, intentan demostrar que el mundo no se rige por el poder divino y, por lo tanto, que el miedo a lo sobrenatural carece por completo de fundamento.

Uno de los pasajes más famosos de su obra De Rerum Natura es la descripción de la evolución de la vida primitiva y el nacimiento de la civilización.

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