El Cuento
Como quiera que dentro de nuestro proyecto de Cien
Libros y Una Frase citaremos a algunos cuentistas como Turguéniev, Chejov,
García Márquez, Pushkyn, Balzac, Gógol, Maupasant, Henry James, James Joyce,
D.H. Lawrence, Isaak Babel, Ernest Hemingway, Borges, Nabokov, Thomas Man,
Flannery OConor e Italo Calvino, por citar a los mejores, me permito
presentarles a continuación algunos aspectos generales sobre el cuento
según la imprescindible apreciación
de Julio Cortázar.
1. El cuento, género poco encasillable
(...)
Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer
sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de
puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género
tan poco encasillable; en segundo lugar, los teóricos y los críticos no
tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquéllos sólo
entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que
permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.
2. Ajuste del tema a la forma
(...)
Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les
bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para
conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquél que encuentra
bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello.
Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera
etapa ingenua, aprende que en literatura no bastan las buenas intenciones.
Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él
a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio
consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento,
que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de
todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo
con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más
hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del
lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un
estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor
concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más
penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre
en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial.
(...)
Pienso que el tema comporta necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta
hablar de temas; prefiero hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto,
un punto de partida. Hice muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a
terminar, de la misma manera que no sabía lo que había en la popa del barco
de Los premios, y eso vale para todo lo que he escrito.
Es lo
que me interesa más: guardar esa especie de inocencia -una inocencia muy poco
inocente, si usted quiere, porque finalmente soy un veterano de la escritura-
como actitud fundamental frente a lo que va a ser escrito.
No sé si
usted ha hecho la experiencia, pero hay escritores que proyectan escribir un
libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo
planteado: cuando lo escriben, generalmente es un mal libro.
3. Brevedad
(...) el
cuento contemporáneo se propone como una máquina infalible destinada a
cumplir su misión narrativa con la máxima economía de medios; precisamente,
la diferencia entre el cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y
los anglosajones long short story se basa en esa implacable carrera
contra el reloj que es un cuento plenamente logrado.
4. Unidad y esfericidad.
(...)
Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparar con la
novela, género mucho más popular y sobre el que abundan las preceptivas. Se
señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto
en el tiempo de lectura, sin otro límites que el agotamiento de la materia
novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer
término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede de
las veinte páginas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo
entre el cuento y la novela propiamente dicha. En este sentido, la novela y
el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la
medida en que en una película es en principio un "orden abierto",
novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida
limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la
cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa
limitación. No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo
profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría
hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un
Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente paradoja:
la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites,
pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par
en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende
espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en
la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra
mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen,
por supuesto, una síntesis que dé el "clímax" de la obra, en una
fotografía o un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que
el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen
o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí
mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como
una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la
sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o
literaria contenidas en la foto o en el cuento. Un escritor argentino, muy
amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto
apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el
cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la
novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen
cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se
entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador
muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces
cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del
adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran y analicen su
primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente
decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no
tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad,
verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto,
que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del
método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como
condensados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar
esa "apertura" a que me refería antes.
(...)
Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o
intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué
punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores que dan
su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la
pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros previstos, esa libertad
fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable. Los cuentos de
esta especie se incorporan como cicatrices indelebles a todo lector que los
merezca: son criaturas vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y
respiran.
(...) -¿Cómo se le presenta hoy la idea de un cuento?
-Igual
que hace cuarenta años; en eso no he cambiado ni un ápice. De pronto a mí me
invade eso que yo llamo una "situación", es decir que yo sé que
algo me va a dar un cuento. Hace poco, en julio de este año, vi en Londres
unos pósters de Glenda Jackson -una actriz que amo mucho- y bruscamente tuve
el título de un cuento: "Queremos tanto a Glenda Jackson". No tenía
más que el título y al mismo tiempo el cuento ya estaba, yo sabía en líneas
generales lo que iba a pasar y lo escribí inmediatamente después. Cuando eso
me cae encima y yo sé que voy a escribir un cuento, tengo hoy, como tenía
hace cuarenta años, el mismo temblor de alegría, como una especie de amor; la
idea de que va a nacer una cosa que yo espero que va a estar bien.
-¿Qué concepto tiene del cuento?
-Muy
severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un ciclo
perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la
esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos.
5. El ritmo
(...)
Cuando escribo percibo el ritmo de lo que estoy narrando, pero eso viene
dentro de una pulsión. Cuando siento que ese ritmo cesa y que la frase entra
en un terreno que podríamos llamar prosaico, me cuenta que tomo por un falsa
ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se nota sobre todo en el final de
mis cuentos, el final es siempre una frase larga o una acumulación de frases
largas que tienen un ritmo perceptible si se las lee en voz alta. A mis
traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que hallen el equivalente porque
sin él, aunque estén las ideas y el sentido, el cuento se me viene abajo.
6. Intensidad
(...)
Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el
tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay solamente
un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes
carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se
ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo
escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o
las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de
significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá,
acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.
7. Objetivación del tema
(...) Un
verso admirable de Pablo Neruda: "Mis criaturas nacen de un largo
rechazo", me parece la mejor definición de un proceso en el que escribir
es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras proyectándolas a
una condición que paradójicamente les da existencia universal a la vez que
las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya no está el narrador que ha
soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo
cuento breve plenamente logrado, y en especial los cuentos fantásticos, son
productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la
objetivación y el traslado a un medio exterior al terreno neurótico; de todas
maneras, en cualquier cuento breve memorable se percibe esa polarización,
como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera
más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era
dado hacerlo: escribiéndola.
8. Temas significativos.
(...)
Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente,
desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto,
rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor
grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y
hace con él un cuento. Este escoger un tema no es tan sencillo. A veces el
cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera
irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de
mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por
encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que
una médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero esto,
que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial
y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido
voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es
definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes de que
ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro?
¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un
determinado tema.
A mí me
parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero
no quiero decir con esto que un tema debe ser extraordinario, fuera de lo
común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una
anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una
cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de
relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una
inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que
flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como
un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas
veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras,
nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la
vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual
giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una
proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y
a entrar en un sistema de relaciones más complejo y más hermoso?
(...)
Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un
mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino
para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y
dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas
absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es
una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un
momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos
cuentos y ciertos lectores.
(...) Y
ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un
cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo
sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de
lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo
cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol
gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra
memoria.
Julio Cortázar
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