EURIPIDES
El último de los tres grandes maestros de la
tragedia griega es Eurípides. Nació en Salamina en 485 a.C, y antipatía por la
política fue lo que le empujó a centrar su tiempo en el estudio
y en la filosofía. Nunca fue el favorito de sus contemporáneos. Fue reconocido años más tarde, y llegó a ser representado en
Roma mucho más que ningún otro. Su influencia peso en los europeos mucho más
que la de Sófocles o Esquilo.
Es posible que este reconocimiento tardío se deba
a que se conservan muchas más obras de Eurípides que de Esquilo o Sófocles.
Concretamente se conservan dieciocho, de entre las cuales destacan Orestes,
Andrómaca, Medea, Las bacantes y Las fenicias. Sin embargo, estiman los
estudiosos del mundo griego que debió escribir alrededor de noventa y dos.
Centró su obra, en cualquier caso, en los principales problemas morales y
sociales que podían afectar al hombre de su época.
Eurípides
renovó la técnica dramática, a la que incorporó el prólogo como esquema de la obra,
disminuyendo la relevancia del
coro dentro del desarrollo de la acción. Los tres maestros de la tragedia
griega se caracterizaron por hacer reformas en la técnica y el estilo,
mejorando lo anterior y permitiendo que el género alcanzara nuevos objetivos.
La Frase:
¡Oh, bálsamo precioso del sueño, alivio de los males, cómo te agradezco que acudas a mí en los momentos de necesidad!"
La Obra:
Las Bacantes.
Una de las
particularidades de las Bacantes es que a diferencia de otras obras esta explica el mito mientras que
aquellas explicaban la obra, Las Bacantes tratan del mito de Dionisos, el
protector del teatro donde se representaban todas las obras y su importancia
para la vida ética y moral del teatro.
Dionisos nace de un estallido de violencia. Zeus,
alejándose del Olimpo, fecunda a una mortal. Hera, su celosa mujer se enfurece.
La amante Hera ordena a los Titanes que
despedacen al recién nacido y se lo coman crudo. Pero Zeus destroza a los
titanes y recompone al niño. Este niño, devuelto a la vida, es Dionisos el hijo
de Zeus, nacido dos veces. El dios semi-humano que muere y es resucitado. La destrucción e ingestión
simbólica del dios tiene como
consecuencia el renacimiento de sus
devotos. Esta parte del mito, del ritual, tiene semejanzas con el cristianismo, con el
rito de la transubstanciación del cuerpo de Cristo, según el cual, la sangre y
el cuerpo de Cristo pasan al cuerpo de sus creyentes en el rito de la comunión.
En ambos casos se trata de una confirmación del creyente.
En las
Bacantes Dionisos o Baco, aparece
justo al principio disfrazado con una cabellera rubia. Dionisos es un
dios joven, ambicioso y celoso que ha recorrido toda Persia y Arabia iniciando
a la gente en sus misterios. Llega a Tebas, su lugar de nacimiento, con su
sequito de bacantes, mujeres consagradas a su culto. En Tebas las mujeres hacen
burla de la difunta madre de Dioniso, negándose a creer que fuera fecundada por
Zeus y Dionisos se venga de ellas
haciéndolas enloquecer y enviándolas a la montaña a consagrarse. ¿Consagrarse a
qué? No lo sabemos. Solo sabemos que los ritos son secretos. Se nos dice que las
participantes van vestidas con
pieles de ciervo y que enarbolan una vara de hinojo con ramas de hiedra
enrolladas, un tirso, que en el primero de los múltiples y desconcertantes
cambios de sexo, puede suponerse que
representa los genitales masculinos. Indicios claros de la confusión que se
presenta en la jerarquía sexual. Pero no como ocurre con las
deidades de las tres grandes religiones que surgen
Dionisos está furioso con aquellos que se niegan
a creer pero no a la manera inexorable de
las tres grandes religiones nacidas a partir de la intuición trascendental
de Abrahán, patriarca arameo (sirio), que peregrina desde Mesopotamia hasta
Palestina, el norte de Arabia y Egipto, vinculando de esa forma las grandes
tradiciones semitas. Dionisos es un dios taimado y vengativo. Dionisos encuentra su antagonista,
su víctima, en el rey de Tebas, Penteo. El rey, ha estado lejos de su hogar y
cuando regresa a él, movido por los acontecimientos extraños que le comunican,
todas las mujeres se han marchado incluso su propia madre. Penteo, disgustado,
se queja de los fingimientos de las
mujeres y cree que están simulando el
culto o que son en realidad seguidoras de Afrodita y duermen en las montañas.
Penteo, abrumado por los acontecimientos, joven
en el ejercicio del poder e imprudente en su ejercicio, pretende hacerse con el
control absoluto y encierra a algunas
mujeres. Todos le aconsejan que llegue a
un acuerdo con el dios Dionisos. Pero no. Penteo cree que el dios
es falso. Su ignorancia y falta de experiencia, el temor a la sexualidad
femenina lo acongoja y domina. Es un joven que no ha tenido esa experiencia.
Tiene miedo a perder el control de las mujeres. La obra, al principio parece
que quiere exorcizarnos contra la pretensión de
desdeñar a los dioses, así sean
extraños. No debemos tener la tentación de oponernos a la voluntad divina. La
intolerancia genera violencia. Penteo quiere controlarlo todo.
Eurípides juega con nosotros, con los lectores,
la obra se retuerce entre la maldad y la parodia; los caminos a recorrer son
inestables y nosotros participamos de esa
inestabilidad. Nosotros queremos saber, como Penteo, que está pasando en
las montañas.
Penteo se reúne con Dionisos y ambos se
manifiestan su odio. Penteo encuentra al dios
afeminado y gordo, momento en que el dios arremete violentamente contra
el rey:”No conoces tus propios límites –le dice- No sabes lo que haces. No
sabes quién eres”. En medio de las mutuas agresiones verbales entre el rey y el dios, aparece un mensajero,
un pastor, con noticias de lo que hacen las mujeres en la montaña. Por fin
vamos a saberlo nosotros y el rey:
“Veo
tres comitivas de coros de mujeres,
De
los cuales mandaba uno Autonoe, el segundo
Agavé,
tu madre, y el tercer coro Ino.
Todas
dormían abandonadamente,
Unas
apoyando la espalda en el follaje de un abeto,
Otras
en hojas de encina sobre el suelo su cabeza
En
sabio abandono dejando, no como tu dices,
Ebrias
de vino y del ruido de la flauta de loto,
Enloquecidas
y persiguiendo a venus en la selva.
Tu
madre dio un grito, en pie
En
medio de las bacantes, para que sacudieran el sueño
Cuando
oyó los mugidos de las cornudas vacas.
Y
ellas expulsaron de sus ojos el profundo sueño
Y
saltaron en pie, maravilla de orden,
Jóvenes,
viejas y doncellas intactas.
Y
primero dejaron caer sobre sus hombros las cabelleras
Y
las pieles de cabrito componían cuantas de sus broches
Se
habían soltado, y las moteadas pieles
Se
las ceñían como serpientes que les lamian la mejilla.
Y
en sus brazos cabras monteses o lobeznos
Salvajes
teniendo, les daban blanca leche
Cuantas
recién paridas tenían aun el pecho rebosante
Por
haber dejado a sus niños, y se ponían coronas
De yedra
y de encina y de tejo florido.
Una
cogió el tirso y golpeo la roca
De
donde salta agua de rocío, otra tiro su vara al suelo
Y
por allí envió el dios una fuente de vino.
Las
que tenían deseo de la blanca bebida
Arañaban
la tierra con sus dedos
Y
tenían arroyos de leche, y de los tirsos
De
yedra escurrían dulces chorros de miel.
Si
allí hubieras estado, al dios que ahora
insultas
Le
rendirías alabanzas después de vistas tales cosas.
La
cultura pagana se evoca aquí poderosamente. Aquí tenemos el culto a Dionisos
como celebración del poder desbordante de la vida. Las energías
masculinas y femeninas se alternan en fecunda profusión. Penteo, el rey, no solo está
confundido sino que se siente incapaz,
infecundo. Dionisos es un dios Vanidoso y despiadado pero con el poder de liberar la energía vital.
Estos
versos se corresponden con primera parte del discurso del pastor. En la
segunda parte, éste y sus amigos pretenden capturar a la madre de Penteo para ganarse el favor del rey. Pero
Agavé y las demás mujeres arremeten
contra ellos: Los animales son descuartizados y las varas ahora desgarran la
carne humana….
Los
ritos, pues, se convierten en un éxtasis creativo, solo la imaginación de
Penteo los considera como algo nocivo y destructivo, pernicioso y perverso.
Euripides nos pone ante la disyuntiva
entre la arrogancia de la racionalidad o la aceptación de que el rito suele ser una
confirmación religiosa. En esta obra maravillosa Euripides consigue
establecer una relación entre el espectador y el espectáculo. El espectador no
se puede abstraer de lo que en la obra sucede, se siente parte de la misma, y
al igual que Penteo, el espectador es arrancado de su silla, la obra lo sumerge
en su trama y luego lo castiga….
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